Atribuir a la inteligencia artificial capacidad creativa es un error categorial derivado de una metafísica de la información que confunde procesos estadísticos con praxis estética. La IA no constituye un sujeto operatorio sino un sistema automático de reproducción combinatoria. El arte, en tanto categoría histórica de la praxis humana, no se reduce a la disposición formal de signos, sino que se articula en el seno de instituciones, tradiciones y conflictos que configuran su densidad ontológica.
La “producción” algorítmica carece de cierre operatorio, en el sentido gnoseológico: no instituye nuevos campos, no abre horizontes semánticos, sino que se limita a permutar matrices probabilísticas sobre materiales previamente codificados. No hay ruptura, no hay negación determinada, no hay dialéctica con el pasado. Hay, en el mejor de los casos, un simulacro, una pseudomorfosis estética sin sujeto histórico.
Decir que la IA generativa es creativa, o hace arte, equivale a incurrir en un fetichismo tecnocientífico, donde la máquina se reifica (tratándola como si fuese algo más que un mecanismo técnico) como agente creador. En realidad, lo que emerge es un epifenómeno de la industria cultural: mercancías estéticas sin valor gnoseológico, diseñadas para circulación en el mercado digital bajo la ideología del espectáculo.
Por tanto, la IA no es creativa porque carece del fundamento mismo de la creatividad: la praxis humana corpórea, atravesada por instituciones, conflictos sociales y experiencia histórica. Reducir el arte a correlaciones algorítmicas es confundir la producción mecánica con la praxis crítica, y es ahí donde la filosofía debe operar la demarcación tajante.
Poíesis frente a automatización
Para los griegos, poíesis no era mera “producción”, sino un «traer-a-presencia», donde phýsis y téchne entraban en diálogo. La obra no era un artificio sin mundo, sino una transformación de la materia real, en la que el ser humano corpóreo, histórico y social imprimía forma a lo dado, generando un nuevo horizonte de sentido.
En este sentido, el escultor que talla la piedra no solo manipula materia, sino que la lleva a presencia en un nuevo orden de significación. Lo que ocurre con la IA generativa, en cambio, es radicalmente distinto: no hay contacto con la materia ni con el mundo sensible. Se limita a generar representaciones digitales a partir de correlaciones estadísticas entre signos ya descarnados. La supuesta obra carece de ese “traer-a-presencia” que definía el arte clásico y moderno.
La crítica desde los tres géneros de materialidad (Gustavo Bueno)
Si analizamos desde la teoría de los tres géneros de materialidad:
- M1 (materia primaria, físico-natural): la poíesis clásica implica transformación de materia real (piedra, pigmento, madera, sonido, cuerpo). La IA no opera sobre esta base: no talla mármol ni pinta lienzos; produce únicamente secuencias digitales. Su “materia” es ya derivada, signos numéricos sin corporeidad.
- M2 (materia secundaria, subjetual): la poíesis involucra al sujeto operatorio, con su experiencia, sufrimiento, memoria y praxis corporal. El artista introduce su biografía en la obra. La IA carece de esta dimensión: no hay conciencia, intencionalidad ni historicidad.
- M3 (materia terciaria, objetiva-institucional): el arte se define también en el marco de instituciones, tradiciones, escuelas, públicos y críticas. La obra humana se inserta en un campo histórico de reconocimiento y disputa. La IA, en cambio, solo genera objetos que entran en el mercado digital como mercancías estéticas, sin voluntad de ruptura ni intencionalidad crítica.
La conclusión es clara: la IA no opera en ninguno de los tres niveles en los que se ha definido históricamente el arte.
El espejismo creativo del algoritmo
Lo que llamamos “creatividad algorítmica” no es más que recombinación estadística. Los modelos de lenguaje o de imágenes no crean desde un vacío, sino desde millones de ejemplos previamente procesados. La sorpresa que producen sus resultados responde a la complejidad combinatoria, no a una intención estética.
Podemos ilustrarlo con un ejemplo: cuando un sistema genera una imagen “original” de un cuadro inexistente de Caravaggio, lo que realmente hace es mezclar rasgos formales extraídos de un corpus de imágenes del pintor y de otros estilos, ensamblándolos en una nueva composición. Pero no hay aquí descubrimiento, ni riesgo, ni posición crítica: solo un simulacro estilístico.
Heidegger y la esencia de la técnica
Heidegger distinguía entre la técnica como instrumentum y la técnica moderna como Gestell (armazón). La IA generativa pertenece a este segundo sentido: no es un mero instrumento, sino un dispositivo que ordena y dispone la realidad como fondo de recursos. Los datos son extraídos, segmentados y recombinados como materia prima para producir mercancías visuales o textuales.
El problema no es técnico, sino ontológico: en esta reducción, el arte se convierte en simple “contenido” para plataformas digitales. Lo que antes era un espacio de experiencia sensible y crítica se degrada a objeto intercambiable dentro de la lógica del mercado.
Industria cultural y capitalismo digital
Adorno y Horkheimer ya denunciaron en los años 40 cómo la industria cultural uniformiza las obras en mercancías estandarizadas. La IA generativa intensifica este proceso: no solo estandariza, sino que automatiza. Si antes el mercado absorbía la creatividad humana, ahora directamente prescinde de ella, sustituyéndola por combinatorias algorítmicas.
De ahí el auge de fenómenos como los NFTs, las “obras generativas” en museos o el promptismo (el arte de escribir instrucciones para modelos). Todos estos fenómenos refuerzan la lógica del capital digital: velocidad, acumulación, circulación, espectáculo. La creatividad queda reducida a un input instrumental, mientras el verdadero valor se concentra en las plataformas que monopolizan datos y modelos.
Diferencia entre creatividad humana y cálculo estadístico
- Ruptura vs. repetición: la creatividad humana implica ruptura con lo dado (vanguardias, contra-tradiciones). La IA solo reordena lo dado.
- Corporeidad vs. descarnación: el arte humano se apoya en el cuerpo y la experiencia somática. La IA no siente, no padece.
- Historicidad vs. ahistoricidad: las obras humanas dialogan con tradiciones y contextos. La IA ignora estas dinámicas; su horizonte es el dataset.
- Dialéctica vs. simulacro: el arte se constituye como negación determinada, como crítica o afirmación. La IA solo produce pseudomorfosis estéticas.
El papel del diseño computacional
Aquí conviene matizar: rechazar el mito creativo de la IA no implica negar su potencia como herramienta dentro del diseño computacional. Los algoritmos pueden ser usados por arquitectos, diseñadores y artistas como prolongación de sus procesos, ampliando las posibilidades exploratorias, pero nunca como sustitutos del sujeto creador.
En arquitectura, por ejemplo, un modelo generativo puede proponer variaciones formales a partir de parámetros espaciales o materiales, pero la decisión crítica —qué variante se construye, qué responde a las necesidades sociales, qué entra en la tradición del oficio— sigue siendo humana. La creatividad se mantiene en la praxis operatoria, no en la máquina.
Podríamos decir que la IA abre un nuevo campo de técnicas auxiliares, semejante al compás, al ordenador o al modelado 3D: dispositivos que amplían el repertorio, pero que no instituyen por sí mismos horizontes semánticos.
Crítica ideológica: fetichismo tecnocientífico
La fascinación actual por la “creatividad” de la IA responde a un fetichismo tecnocientífico. Se toma un producto de la ingeniería estadística y se lo inviste con aura de genialidad, ocultando el entramado económico, laboral y ecológico que lo sostiene:
- Servidores que consumen energía masiva.
- Trabajo invisible de etiquetadores mal pagados.
- Extracción de datos sin consentimiento de artistas.
Detrás de la retórica de la “IA creativa” se esconde un dispositivo extractivo propio del capitalismo digital. El mito sirve para legitimar este modelo y para desplazar el foco de los sujetos humanos hacia las máquinas.
Conclusión
La IA no es creativa ni produce arte. Podemos resumirlo en cinco puntos:
- Error categorial: la IA no es un sujeto operatorio; carece de intención y corporeidad.
- Ontología del arte: el arte es praxis humana histórica, inserta en instituciones y conflictos, no simulacro.
- Limitación algorítmica: permutaciones estadísticas sin cierre operatorio, sin ruptura ni horizonte semántico.
- Pseudomorfosis estética: simulacros desprovistos de densidad histórica y valor gnoseológico.
- Crítica ideológica: fetichismo tecnocientífico; mercancía cultural diseñada para circulación en el mercado digital.
El arte sólo puede surgir de la praxis humana corpórea, histórica y crítica. La IA, en cambio, solo produce correlaciones algorítmicas mistificadas como “creación”. Nuestra tarea filosófica, estética y política es desenmascarar esta ilusión y reivindicar el arte como lo que siempre ha sido: una práctica humana situada, conflictiva y transformadora.
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